No somos especialistas en Seguridad Vial. Lo aclaramos siempre que, desde distintos ámbitos – sobre todo horas después de una tragedia en alguna ruta – nos consultan, buscando explicaciones para hechos que la mayoría de las veces no tienen una sola respuesta.
Eso para nada nos desliga de responsabilidades. Nuestra Fundación nació en 1992 esencialmente, para profesionalizar al sector del transporte carretero de cargas, cuya masa son precisamente los choferes de camiones, sean estos empleados o dueños de su vehículo. Al respecto cabe aclarar, que dos de cada tres camiones que pasan por una cabina de peajes en la Argentina, son propietarios de su equipo, o sea, autónomos. Estamos hablando de cerca de 300.000 unidades.
Capacitación de choferes en Argentina
Desde el año 1999 formamos a los conductores de camiones que transportan cargas y residuos peligrosos y, desde 2004, hemos recibido el aluvión de choferes de todos los restantes tipos de tráfico, agrupados en el término de “cargas generales”. Hace más de tres años que nuestra media mensual no disminuye de los 20.000 inscriptos para nuestros cursos presenciales, y en los últimos siete años superamos el millón doscientos cincuenta mil inscriptos; siendo motivo de atención, orgullo y admiración por parte de propios y extraños.
Esa trayectoria nos proporciona una vivencia casi única, que se suma a la de cada uno de nosotros en su propia experiencia como miembro de la comunidad vial.
Entre los mitos de nuestra cultura podemos encontrar la creencia profunda, heredada, aceptada casi sin reflexión previa, en el sentido de ser muy solidarios, pero... ¿Será tan así?
Responder con honestidad
La solidaridad no es sólo interesarnos por lo que le pueda suceder a nuestro vecino, por hacer llegar una bolsa con alimentos para las víctimas de una catástrofe o un paquete con útiles para la escuelita de frontera que apadrina nuestra empresa. Basado en la interdependencia que genera el mundo moderno entre las personas con su sociedad, Durkheim afirmó que la solidaridad orgánica se suele presentar en las comunidades desarrolladas, donde cada miembro tiene conciencia de que todos dependen de todos.
¿Ocurre eso en nuestra comunidad vial? ¿Sentimos que “todos dependemos de todos” cuando nos manejamos dentro de ella? ¿Cuándo siendo peatones, cruzamos por cualquier sitio de la cuadra, esperamos el cambio de semáforo bajo la calzada – incluso con los cochecitos de nuestros niños – o aparecemos entre dos autos estacionados hablando por nuestro celular? ¿Cuándo usando bicicleta, no respetamos el sentido de circulación, ni la luz roja, ni el usar protección? ¿Cuándo zigzagueamos con nuestras motos, cuerpo expuesto, sin casco, intentando que las empanadas lleguen calientes a destino? ¿Cuándo no toleramos que el conductor que se aproxima desde retaguardia nos aventaje y aceleramos sin darle paso? ¿Cuándo transitamos a velocidades excesivas por rutas diseñadas hace medio siglo y mantenidas ocasionalmente? ¿Cuándo lanzamos la enorme maquinaria de nuestros buses o camiones suponiendo que el resto frenará ante el tamaño de nuestras unidades? ¿Cuándo detenemos automáticamente nuestro taxi donde apareció el potencial pasajero, sin reparar en bocacalles, cebras o garajes? ¿Cuándo trasladamos nuestras humanas frustraciones, rencores, iras e intolerancias a nuestra conducta para con el otro en la vía pública? ¿Cuándo jamás se nos ocurre anticipar nuestras maniobras, ni emplear luces de giro, ni balizas, ni espejos?
Un futuro complejo y riesgoso
Una comunidad vial que pierde una veintena de vidas diariamente está seriamente enferma. Días pasados, participando de la 41 Asamblea General de la Organización de Estados Americanos (OEA), bajo el lema “Seguridad Ciudadana en las Américas”; escuchamos de boca del propio José Miguel Insulza afirmar que en nuestro hemisferio mueren 50 personas por día víctimas de actos criminales. ¿Hasta dónde los hechos de tránsito integran o no esta dramática estadística?
No alcanza ya el análisis profesional de su infraestructura, sus normas, su educación y sus controles. Cada sociedad se refleja en el modo en como se conduce en la vía pública. El problema es complejo. Compleja su solución. Cuando me solicitaron estas notas como colaboración, muy poco me costó atrapar tres o cuatro imágenes – que hablan por sí solas -, en un par de horas de un sábado soleado.
El último informe del Centro Tecnológico de Transporte, Tránsito y Seguridad Vial de la Universidad Tecnológica Nacional (UTN), nos alerta sobre la congestión de nuestras ciudades ya no en el 2050, sino a la vuelta de la esquina. Con una media de los 35 países analizados en este informe, de 430 vehículos por cada mil habitantes, Argentina alcanza los 208 y en evidente aumento, lo que pronostica un futuro inmediato de forzosa restricción en el uso de vehículos particulares, una necesaria e importante inversión en transporte público de alta capacidad, así como un incremento en las probabilidades concretas de aumentar sensiblemente los tiempos de desplazamientos de personas y mercaderías – con su consiguiente costo económico – y el aumento de la ocurrencia de hechos de tránsito.
¿Por qué vamos a comportarnos como sociedades desarrolladas en este aspecto, cuándo nos falta tanto en todo el resto? Tomar conciencia de la gravedad de nuestra situación ya es un paso esperanzador. Coincidamos, por favor, en ello.