El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, sorprendió a la industria alimentaria esta semana al asegurar, a través de su red Truth Social, que convenció a Coca-Cola para reformular su bebida insignia y eliminar el jarabe de maíz de alta fructosa, reemplazándolo por azúcar de caña.
Aunque la compañía no ha confirmado oficialmente la medida ni ha dado más detalles, el anuncio ya provocó reacciones de peso en los mercados de materias primas, asociaciones agrícolas y analistas de logística agroindustrial.
La propuesta, que podría parecer anecdótica o nostálgica para algunos, pone en evidencia la compleja estructura logística y comercial que sostiene a las industrias del maíz y del azúcar en Estados Unidos.
En un país donde la Coca-Cola es más que una bebida —es un ícono cultural—, cambiar uno de sus ingredientes clave no es solo una cuestión de sabor, sino una modificación de alto impacto para cadenas productivas enteras.
El maíz bajo presión: ¿qué pasaría con el edulcorante?
El jarabe de maíz de alta fructosa ha sido, desde los años 80, el endulzante estándar de las bebidas carbonatadas en Estados Unidos.
Su auge se debió a una combinación de subsidios agrícolas al maíz, cuotas de importación al azúcar extranjera y precios internos más bajos frente al azúcar de caña.

Por tanto, desplazarlo de la fórmula de Coca-Cola podría generar un efecto dominó en una de las cadenas agrícolas más grandes del país.
La Corn Refiners Association, que representa a los fabricantes de jarabe de maíz, ya advirtió que este posible cambio afectaría a miles de empleos, reduciría los ingresos de los agricultores estadounidenses y provocaría un incremento de precios en la industria de bebidas y alimentos.
"Reemplazar el jarabe de maíz de alta fructosa por azúcar de caña no tiene sentido. El presidente Trump defiende los empleos manufactureros estadounidenses, a los agricultores estadounidenses y la reducción del déficit comercial. Reemplazar el jarabe de maíz de alta fructosa por azúcar de caña costaría miles de empleos en la industria alimentaria estadounidense, reduciría los ingresos agrícolas y aumentaría las importaciones de azúcar extranjera, todo ello sin ningún beneficio nutricional"
señaló el presidente y director ejecutivo de la Asociación de Refinadores de Maíz, John Bode.
Solo para que dimensionemos: las acciones de empresas como Archer-Daniels-Midland —una de las mayores procesadoras de maíz— cayeron cerca de 6 % tras el anuncio, reflejando la sensibilidad del sector ante cualquier cambio en la demanda del edulcorante.
Más allá del efecto económico inmediato, están también los impactos logísticos.
Cambiar de proveedor, reformular procesos, adaptar etiquetas y garantizar la calidad constante del producto implicaría una reconfiguración en las cadenas de suministro de grandes embotelladoras, como Coca-Cola Consolidated, que operan con precisión milimétrica y volúmenes masivos.
¿Puede EE.UU. abastecer la demanda con azúcar de caña nacional?
Aunque el azúcar de caña suena como un regreso a los orígenes de la Coca-Cola, la capacidad productiva de Estados Unidos en este rubro es limitada.
De acuerdo con el Departamento de Agricultura (USDA), cerca del 55 -60 % del azúcar producida en el país proviene de remolacha y el restante 40 -45 % proviene de caña.
Para el ciclo 2025/26, se estima una producción total de azúcar en EE.UU. de 9.25 millones de toneladas cortas equivalentes a valor crudo (STRV), de las cuales poco más de 4.1 millones provendrán de caña.

Los estados líderes en este cultivo son Florida con más de 2 millones de toneladas, y Luisiana con cifras similares.
Sin embargo, el crecimiento en estos estados es moderado y limitado por la disponibilidad de tierras cultivables, el clima y los altos costos de producción.
Ante este escenario, la dependencia de las importaciones se mantiene como un componente clave del equilibrio del mercado.
Para el mismo ciclo agrícola, se espera que EE.UU. importe al menos 2.47 millones de toneladas de azúcar, provenientes principalmente de México, Brasil y otros países con acceso preferencial bajo el Sistema de Preferencias Arancelarias.
Si Coca-Cola decidiera sustituir por completo el HFCS por azúcar de caña, se requeriría un aumento significativo en estas importaciones, lo que podría alterar precios internacionales, tensar tratados comerciales y aumentar la presión logística en los puertos de entrada, las refinerías y las rutas de distribución.
Una decisión que pone en juego más que la fórmula de un refresco
En el fondo, el debate sobre el tipo de azúcar en Coca-Cola está revelando las complejidades del sistema agroalimentario estadounidense.
Mientras que desde un punto de vista político puede parecer un gesto simbólico hacia una alimentación más "natural" o nostálgica, en la práctica involucra a millones de toneladas de insumos, contratos con proveedores, aranceles, cuotas, cadenas de frío, capacidades portuarias y trazabilidad en el transporte.
Los costos operativos también son relevantes: analistas citados por Reuters estiman que un cambio completo hacia el azúcar de caña podría costar más de 1,000 millones de dólares, solo en ajustes de producción y suministro.

Además, el azúcar de caña es más caro por tonelada que el jarabe de maíz de alta fructosa, lo que se traduciría en un aumento de precios que los consumidores podrían llegar a resentir.
El propio mercado ha reaccionado con cautela. Mientras el sector del azúcar celebra la posibilidad de una mayor demanda, los expertos recuerdan que el mercado interno no está preparado para un cambio tan abrupto sin afectar la estabilidad de precios y las importaciones.
Por ahora, Coca-Cola se ha limitado a decir que anunciará “nuevas innovaciones de producto”, sin confirmar la adopción masiva de azúcar de caña.
La "presión" de Trump a Coca-Cola podría quedar como una anécdota electoral, pero también podría encender una serie de reconfiguraciones logísticas con impactos reales en la agricultura, el comercio exterior y el transporte.
El futuro de esta medida dependerá tanto de la reacción del consumidor como de la capacidad del sistema logístico de absorber un cambio en los flujos de materias primas.
Como en muchas decisiones aparentemente simples, la logística demuestra una vez más que está en el corazón de las grandes transformaciones.