Los puertos mexicanos viven un momento que trasciende las estadísticas. En el primer semestre de 2025, Lázaro Cárdenas reportó un crecimiento de 14% en movimiento de contenedores, con 1.27 millones de TEUs, más de 13.4 millones de toneladas y 339,000 vehículos movilizados. Del total, 72% correspondió a importaciones y 28% a exportaciones, un reflejo claro del papel del puerto como nodo de entrada de insumos estratégicos para la industria automotriz y manufacturera.
No se trata solo de cifras récord: es el espejo de un proceso de transformación logística que coloca a México en una oportunidad de oro como uno de los grandes operadores globales.
En contraste, el Puerto de Manzanillo registró 1.3 millones de TEUs entre enero y abril de este año, un crecimiento modesto de 1.5% anual, pero suficiente para consolidar una tendencia de dos años al alza de 16% en su throughput total.
A pesar de los retos operativos y las pérdidas económicas estimadas en 150 millones de dólares por disrupciones recientes, Manzanillo mantiene su posición como líder en el Pacífico, aunque con la urgencia de repensar su capacidad y resiliencia frente a la presión de la demanda.
Este contraste es revelador: mientras Lázaro Cárdenas simboliza el crecimiento acelerado y el potencial de expansión, Manzanillo representa el límite de un modelo que depende de pocos corredores saturados.
De la diversificación a la resiliencia logística
El mensaje es claro: México necesita diversificar no solo sus socios comerciales, sino también sus rutas y sus centros logísticos. Depender de Laredo, Veracruz o Manzanillo como arterias únicas es un riesgo que ya se hace evidente en costos y retrasos.
Aquí entra en juego la digitalización, capaz de dar visibilidad en tiempo real y de ofrecer la flexibilidad necesaria para redirigir flujos, integrar hubs interiores y aprovechar corredores alternativos.
La resiliencia logística no es un concepto teórico; es la diferencia entre mantener una cadena de suministro en movimiento o sufrir pérdidas multimillonarias. Y es también lo que permitirá que México no sea únicamente un país exportador, sino un hub confiable para múltiples regiones.
Integración sin fronteras
Nuestra participación en el evento de negocios Brasil–México la semana anterior refuerza la magnitud del potencial aún no aprovechado entre nuestras dos economías. Lo que hoy observamos en sectores como farmacéutico, automotriz y agroindustrial es solo la punta del iceberg.
Brasil y México son mercados alternativos naturales entre sí, y el crecimiento acelerado del comercio es prueba de que una integración más profunda no solo es posible, sino inevitable.
En el contexto regional, la evolución de las rutas en América Latina enfrenta retos estructurales. La falta de estándares comunes y la baja inversión en infraestructura portuaria obligan a que cada país despliegue configuraciones distintas para procesos similares.
Esa fragmentación eleva costos y obliga a las empresas a expandir inventarios para absorber interrupciones. De ahí surge la relevancia de la personalización tecnológica: soluciones que permitan homogeneizar la visibilidad y el control sin importar el país.
El reto de la infraestructura terrestre
Además, los puertos secundarios e infraestructura interior están emergiendo como válvulas de escape frente a terminales saturadas, una tendencia que marcará el futuro logístico de aquí a 2030.
En el caso de México, los últimos cinco años evidencian un cambio en la geografía de la logística. Laredo sigue siendo el cruce dominante hacia Estados Unidos, pero su saturación impulsa el desarrollo de alternativas como Mexicali. Al mismo tiempo, el repunte de volúmenes desde China en 2024 mostró con crudeza las limitaciones de los puertos mexicanos, reforzando la necesidad de dar mayor protagonismo a enclaves como Ensenada o Altamira.
El dilema es claro: mientras el país cuenta con terminales portuarias de clase mundial, la infraestructura terrestre y ferroviaria sigue rezagada, incapaz de absorber los volúmenes proyectados.
La consecuencia es una logística menos eficiente y más costosa, justo cuando México necesita demostrar que puede competir como un hub global confiable.
Un nuevo mapa logístico
El panorama es alentador: un puerto como Lázaro Cárdenas consolidándose como motor de importaciones estratégicas; un Manzanillo que, pese a las tensiones, confirma su papel clave; y una diversificación comercial que se extiende más allá de Estados Unidos hacia Sudamérica, Asia y Medio Oriente.
México tiene frente a sí la posibilidad de diseñar un nuevo mapa logístico y comercial, donde eficiencia y autonomía vayan de la mano. La pregunta es si sabrá convertir este momento en política de Estado y estrategia empresarial de largo plazo, o si se conformará con sumar récords sin cambiar las reglas del juego.