América Latina y el Caribe (ALC) tienen una de las bases energéticas más sostenibles del planeta: el 70 % de su electricidad proviene de fuentes renovables, frente al 49 % del promedio global.
La energía hidroeléctrica aporta más de la mitad del total, mientras que la solar y eólica crecen a ritmo sostenido. Sin embargo, el reciente informe del Foro Económico Mundial (WEF) advierte que el progreso regional en la transición energética se ha estancado.
El problema no está en los recursos —abundantes, limpios y competitivos—, sino en las infraestructuras que no acompañan el ritmo del cambio. Según el estudio, la región pierde cada año 53 000 GWh de energía renovable por limitaciones en transmisión y distribución: el equivalente al consumo eléctrico anual de más de diez millones de hogares.
Las redes envejecidas, los sistemas desarticulados y la escasa digitalización se han convertido en los verdaderos cuellos de botella de la descarbonización regional.
Sin una modernización profunda, las promesas de electrificación y neutralidad de carbono podrían quedarse en el papel.
Una deuda energética que cuesta competitividad
El Índice de Transición Energética (ETI) del WEF muestra que, aunque la región ocupa el tercer lugar global en desempeño del sistema energético, está entre las más rezagadas en preparación para la transición.
En la última década, la infraestructura solo ha mejorado un 2 %, mientras que las pérdidas en transmisión y distribución (TyD) ascienden a 13.5 %, frente al promedio mundial del 10.2 %.

Esa ineficiencia no solo genera pérdidas técnicas: también impacta la competitividad industrial y logística. Para las cadenas de suministro, el costo de una energía inestable o cara se traduce en mayor huella de carbono, menos productividad y menor atractivo para la inversión extranjera.
El informe calcula que la región necesitará 30 000 millones de dólares anuales hasta 2035 solo para modernizar la red eléctrica, dos tercios de ellos provenientes de capital privado.
Pero hoy, América Latina apenas atrae el 5 % de la inversión global en energías limpias, muy por debajo de su potencial.
Algunos países ya están demostrando que la infraestructura puede ser el puente hacia un modelo energético más limpio y competitivo.
- Brasil movilizó en 2024 casi 4 000 millones de dólares mediante subastas de transmisión, construyendo más de 7 000 kilómetros de nuevas líneas eléctricas.
- Uruguay logró una electrificación casi total con energías renovables (98 %), gracias a alianzas público-privadas y una planificación de red coordinada con políticas de largo plazo.
- En Chile, la electrificación del transporte urbano con autobuses eléctricos muestra cómo la inversión en infraestructura energética puede mejorar la movilidad y la calidad del aire, mientras impulsa la demanda de energía limpia.
Estos casos demuestran que la coordinación entre Estado, empresas y financiamiento verde puede desbloquear proyectos estratégicos y acelerar la transición.
Digitalización y resiliencia: el siguiente paso
El WEF subraya que la región necesita pasar de la expansión de capacidad a la optimización inteligente de la red. La digitalización y la inteligencia artificial permitirán integrar energías variables, gestionar la demanda en tiempo real y reducir pérdidas.
Además, la resiliencia ante sequías, inundaciones y fenómenos climáticos extremos —cada vez más frecuentes— debe ser un componente central en los nuevos diseños energéticos.
El desarrollo de redes inteligentes, sistemas de almacenamiento y tecnologías de gestión avanzada será crucial no solo para estabilizar el suministro, sino también para sincronizar la transición energética con la logística regional: puertos electrificados, centros de distribución eficientes y transporte de mercancías con baja emisión.
El informe lo resume con claridad: América Latina no carece de recursos, sino de articulación. La falta de marcos regulatorios coherentes, de cooperación regional y de estrategias conjuntas limita el flujo de capital y retrasa la innovación.
Los expertos del WEF estiman que para alcanzar los objetivos energéticos y climáticos, la inversión anual en energías limpias deberá duplicarse hasta llegar a 150 000 millones de dólares para 2030.
Sin integración eléctrica ni financiamiento sostenible, la región corre el riesgo de seguir exportando recursos y oportunidades, mientras importa energía refinada y tecnología.
América Latina tiene los ingredientes para liderar la transición energética global: abundancia de sol, viento, agua y minerales críticos. Pero para convertirlos en resiliencia económica y sostenibilidad real, necesita una infraestructura moderna, conectada y digital.

La transformación energética no dependerá solo de nuevas plantas o paneles solares, sino de la capacidad de transmitir, almacenar y distribuir la energía limpia con eficiencia.
Ese es hoy el verdadero reto de la descarbonización: construir las autopistas invisibles que harán circular la electricidad del futuro.













