Son las cuatro de la mañana en la México–Saltillo. La autopista está casi desierta y un tráiler cargado con acero avanza con la pesada calma de quien sabe que cada kilómetro recorrido es también una apuesta.
El conductor no lo sabe, pero estadísticamente está en el tramo más peligroso del país para transportar metales.
El segundo trimestre de 2025 trajo un giro en la dinámica del robo de carga en México: el sector de metales concentró 4 % de los incidentes a nivel nacional, un incremento de tres puntos porcentuales respecto al mismo periodo de 2024.
Puede parecer una fracción menor dentro del universo total, pero los analistas de Overhaul advierten que no se trata de un simple número. Lo que refleja es la consolidación de una tendencia: los metales —acero, aluminio y cobre— han pasado a ser objetivos estratégicos para las bandas delictivas.
El mapa confirma esa idea. Seis de cada diez robos se concentran en Puebla, Guanajuato y San Luis Potosí. A primera vista, parecen estados dispersos, pero en conjunto forman un corredor industrial neurálgico del país.
“Lo que vemos en estas entidades es la operación de grupos delictivos de alto nivel que seleccionan con cuidado el tipo de mercancía que van a sustraer, con la intención de incidir directamente en las economías regionales”, explicó Overhaul durante la presentación del estudio.
En otras palabras: no se trata de asaltos fortuitos, sino de golpes calculados contra la médula productiva del Bajío y el centro del país.
La infraestructura también juega un papel central. La MEX-57D, que conecta el centro con el norte, concentró 22 % de los robos a metales, mientras que la MEX-45, que cruza Guanajuato, se ha convertido en otro punto rojo.
Son carreteras vitales para la industria automotriz, la construcción y la manufactura, y por ello también rutas vigiladas de cerca por el crimen. Para los transportistas que recorren esas vías, la advertencia es clara: son corredores que requieren medidas especiales de prevención.

El tiempo de los ataques tampoco es casual. El 80 % ocurre de miércoles a viernes, entre las 03:00 y las 06:00 horas, cuando la oscuridad y el cansancio de los conductores reducen los márgenes de reacción.
Los criminales aprovechan esas horas para interceptar camiones en movimiento —lo que ocurre en poco más de la mitad de los casos— o forzarlos a detenerse en paradas obligadas, lo que representa casi la otra mitad. La conclusión es contundente: ni el movimiento ni la pausa ofrecen garantía alguna.
Este panorama se enlaza con episodios recientes que sacudieron a la opinión pública y a la industria minera. En octubre de 2024, un comando armado logró interceptar camiones de la mina Peñasquito en Zacatecas, despojando a la empresa de 240 toneladas de concentrado de oro, plata, zinc y plomo.
El modus operandi reveló un grado de planeación notable: neutralizaron a los guardias, cambiaron las góndolas de los tractocamiones para evitar rastreos y desaparecieron la carga sin dejar rastro.
Meses después, en julio de 2025, otro grupo delictivo repitió la historia con la minera Bacis. En plena ruta entre Durango y Colima, un tráiler con 33 toneladas de oro y plata fue interceptado, y el personal retenido durante hora y media antes de ser liberado.
El vehículo apareció, la carga no. La empresa decidió suspender operaciones temporalmente por razones de seguridad.
Ambos episodios, sumados a la tendencia captada en el reporte de Overhaul, dibujan un patrón común: los metales no solo son valiosos en el mercado formal, también representan una mercancía de alta demanda en el mercado negro.
Y a mayor valor internacional —impulsado por aranceles, tensiones comerciales y alzas de precios—, mayor interés criminal.
La advertencia que dejó Overhaul en su presentación fue clara: los productos más robados son acero, aluminio y cobre, y cualquier medida que altere su valor en el comercio exterior impactará directamente en la seguridad de las cadenas logísticas.
En este contexto, el robo de carga no puede entenderse solo como un delito patrimonial, sino como un riesgo sistémico que amenaza la competitividad de sectores clave.
El relato de los conductores lo confirma. Son ellos quienes, entre miércoles y viernes, en plena madrugada, avanzan con el miedo latente de convertirse en parte de las estadísticas.
Para muchos, detenerse no es una opción más segura que seguir. La única certeza es la vulnerabilidad.
Al final, lo que une los robos de acero en el Bajío con los atracos multimillonarios de oro y plata en el norte y occidente es un mismo denominador: la sofisticación de grupos delictivos que han aprendido a leer la logística nacional como si fuera un mapa de oportunidades.
Un mapa donde las carreteras son arterias abiertas, los camiones llevan el pulso económico del país y cada madrugada puede ser el escenario de un nuevo golpe.