La economía global atraviesa una etapa de redefinición. Las tensiones comerciales entre potencias, los conflictos geopolíticos y las disrupciones tecnológicas están reconfigurando los flujos de comercio y producción a una velocidad que pocos imaginaban hace una década.
En este tablero cambiante, México ocupa una posición estratégica, pero también frágil: es uno de los principales beneficiarios del nearshoring, pero depende estrechamente del desempeño y las decisiones políticas de su vecino del norte.
Con la revisión del T-MEC prevista para 2026, la dinámica comercial entre México, Estados Unidos y Canadá podría experimentar ajustes que impacten desde los aranceles hasta las reglas de origen.
A esto se suma un contexto electoral en ambos países y una desaceleración global que mantiene en vilo a inversionistas y exportadores.
Todo apunta a que los próximos años estarán marcados por la incertidumbre estructural: un entorno donde las reglas pueden cambiar sin previo aviso y donde la planificación a largo plazo exige márgenes de flexibilidad más amplios.
En paralelo, el auge del nearshoring ha traído consigo una transformación profunda en el sector logístico. La relocalización de cadenas productivas ha incrementado la demanda de espacios industriales, ha elevado los costos operativos y ha presionado la infraestructura existente.
Lo que comenzó como una ola de oportunidades, hoy representa también un desafío de capacidad, eficiencia y coordinación.
Sin embargo, en medio de ese panorama incierto, México tiene una oportunidad histórica para consolidar su posición como hub logístico de América del Norte, siempre que el sector privado actúe con visión estratégica.
“Vamos a andar en un entorno bastante incierto, pero eso no quiere decir que no haya oportunidades”, advierte Felipe Ordóñez, director de Promologistics. “Tenemos que dejar la angustia y enfocarnos en construir las habilidades que necesitamos”.
Esa es la lógica que hoy domina las conversaciones en el sector: la incertidumbre no desaparecerá, pero puede convertirse en una ventaja competitiva si las empresas mexicanas fortalecen tres pilares fundamentales de su operación: flexibilidad, eficiencia y tecnología.
Un contexto que obliga a repensar la estrategia
El crecimiento del nearshoring en México ha traído consigo tanto beneficios como desafíos. Ha incrementado la capacidad productiva y operativa del país, pero también ha presionado los costos logísticos y encarecido los espacios industriales.

Esta combinación de expansión y saturación ha expuesto una realidad: el éxito ya no depende solo de la localización o del costo laboral, sino de la capacidad para gestionar eficientemente toda la cadena logística.
La revisión del T-MEC, prevista para el próximo año, añade un elemento más de incertidumbre. Las decisiones que tome Estados Unidos podrían modificar aranceles o condiciones de comercio, lo que impactaría directamente en los flujos de mercancías.
Ante este panorama, las empresas deben anticiparse con una mentalidad flexible y una estructura operativa adaptable.
Ordóñez considera que el entorno actual demanda una nueva forma de pensar la logística: una que combine planeación estratégica, adopción tecnológica y capacidad de reacción inmediata.
“Lo que nos va a ayudar a competir es poder apretar nuestros costos buscando eficiencias operativas”, explica. Y en eso, la logística tiene un papel determinante.
Flexibilidad operativa: una ventaja competitiva en tiempos de cambio
El primer gran ajuste que requiere el empresariado mexicano es de mentalidad y de estructura. Las organizaciones que mejor enfrenten los próximos años serán aquellas que logren mantener su operación flexible, sin depender de una sola fuente de suministro o un único modelo de distribución.
Esto implica diseñar redes logísticas con rutas alternativas, centros de distribución interconectados y operaciones escalables. La pandemia y los conflictos globales demostraron que la rigidez es el peor enemigo de la resiliencia.
Hoy, los operadores logísticos buscan construir ecosistemas que puedan reconfigurarse rápidamente según la demanda, los cambios regulatorios o incluso eventos climáticos.

Pero la flexibilidad no solo es física: también debe ser organizacional. Significa trabajar con mayor cercanía a los clientes, entender sus proyecciones de negocio y anticipar necesidades.
Ordóñez subraya la importancia de “tener sensibilidad de cómo los clientes ven su negocio hacia adelante y ayudarlos a generar condiciones para aprovechar las oportunidades”.
Este enfoque colaborativo —en el que el proveedor logístico se convierte en socio estratégico— será clave para sostener la competitividad del sector.
Eficiencia operativa y tecnológica: el nuevo motor de la competitividad
La segunda gran línea de acción pasa por reducir costos y ganar eficiencia mediante tecnología. En un entorno donde los márgenes se comprimen y los costos energéticos aumentan, las empresas deben adoptar sistemas que permitan operar con inteligencia y precisión.
La automatización de procesos dentro de los centros de distribución, la analítica de datos aplicada a la planeación de rutas, y la integración de plataformas que conecten a fabricantes, transportistas y puntos de venta son herramientas que ya no son opcionales, sino necesarias.
Las inversiones tecnológicas permiten medir y optimizar cada eslabón de la cadena de suministro, desde la recepción de materia prima hasta la entrega final. Esto no solo mejora la eficiencia operativa, sino que también ofrece mayor visibilidad y control sobre los riesgos.
De acuerdo con especialistas, la próxima frontera para la logística en México será la integración de tecnologías de infraestructura con sistemas de inteligencia operativa, es decir, centros de distribución diseñados desde su construcción para incorporar automatización, energía limpia y sistemas digitales de control.
En palabras de Ordóñez, “la tecnología en cuestión de infraestructura nos va a ayudar a lograr las eficiencias que buscan nuestros clientes”.

Estrategia frente a la incertidumbre: más acción, menos cautela
El entorno comercial entre México y Estados Unidos ha mostrado signos de tensión recurrentes: amenazas arancelarias, ajustes regulatorios y una política exterior estadounidense enfocada en mantener la presión sobre sus socios.
Para las empresas mexicanas, esto se traduce en un escenario incierto, pero predecible en su inestabilidad.
Frente a ello, la respuesta no puede ser el inmovilismo. Ordóñez propone un enfoque más activo: “En épocas de retos y de incertidumbre, muchas veces la reacción natural es ser cauteloso, pero más bien hay que aprovechar la situación para generar las capacidades de crecimiento que necesitamos”.
Esto significa apostar por la diversificación de mercados, la inversión en talento logístico y la innovación en modelos de operación. Las empresas que se preparen hoy para la disrupción serán las que puedan adaptarse mañana sin frenar su crecimiento.
El cambio de paradigma implica ver la incertidumbre como un componente estructural del negocio, no como una excepción temporal.
En esa lógica, la estrategia empresarial debe estar construida sobre la capacidad de anticiparse, adaptarse y ejecutar rápidamente.

México: ventajas que aún juegan a favor
Pese a los desafíos, México mantiene condiciones únicas que lo posicionan favorablemente en el contexto global. Su cercanía con Estados Unidos, su red de tratados comerciales, la madurez de su industria manufacturera y el crecimiento de su infraestructura logística son factores que siguen atrayendo inversión.
Ordóñez se muestra optimista: “Aunque los aranceles y los cambios políticos generan ruido, nuestra condición relativa sigue siendo favorable frente a otras regiones”.
En su visión, el nearshoring no fue una moda pasajera, sino una tendencia estructural que seguirá impulsando la economía mexicana durante los próximos años, aunque de manera más gradual y selectiva.
A medida que la competencia global por atraer inversiones manufactureras se intensifica, México tiene la oportunidad de consolidarse como hub logístico del continente, siempre que logre reducir sus costos logísticos, mejorar su conectividad y fortalecer su marco operativo y regulatorio.
El nuevo entorno exige a las empresas mexicanas pasar de la lógica del control a la lógica de la adaptabilidad. En un mundo donde la estabilidad es la excepción, sobrevivir no será suficiente: se trata de aprovechar los cambios como impulso para crecer.
La clave estará en mantener flexibilidad estructural, eficiencia operativa y visión tecnológica, tres pilares que permitirán al sector empresarial enfrentar los próximos años con mayor solidez.
México tiene los elementos para aprovechar la coyuntura. Pero hacerlo dependerá menos de la suerte o los tratados, y más de la capacidad de cada empresa para anticipar, innovar y actuar con agilidad en medio de la incertidumbre.