Cada 7 de septiembre, el mundo conmemora el Día Internacional del Aire Limpio por un Cielo Azul, instaurado por la ONU para visibilizar la urgencia de reducir la contaminación atmosférica.
Aunque suele pensarse que el principal problema está en los autos particulares, en realidad las operaciones logísticas —camiones de carga, almacenes, centros de distribución y entregas de última milla— son uno de los factores más determinantes en la calidad del aire que respiramos.
El peso de los vehículos pesados en la contaminación global
De acuerdo con el Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente, los vehículos pesados de carga generan más del 40% de los óxidos de nitrógeno (NOₓ) emitidos por el transporte vial, más del 60% de las partículas finas PM₂.₅ y más del 20% del carbono negro que circula en la atmósfera.
Estos contaminantes están directamente relacionados con problemas respiratorios, cardiovasculares y muertes prematuras.

El impacto es mayor porque la mayor parte de estas flotas aún funciona con motores diésel de segunda mano y baja eficiencia energética, sobre todo en países en desarrollo, donde las regulaciones ambientales son más laxas y la renovación vehicular avanza lentamente.
La huella urbana de los centros logísticos y la última milla
El auge del comercio electrónico ha multiplicado los movimientos de carga en zonas urbanas. Estudios recientes en Estados Unidos mostraron que las comunidades cercanas a grandes almacenes y centros de distribución experimentaron un aumento de casi 20% en los niveles de NO₂ en el aire, atribuible al tráfico constante de camiones de reparto.
En Illinois, por ejemplo, la proliferación de mega-almacenes ha agravado la calidad del aire en barrios de bajos ingresos, que sufren una carga desproporcionada de contaminación vinculada a la logística de última milla.
Este fenómeno no es exclusivo de Estados Unidos: en América Latina y Asia, donde el comercio electrónico crece a doble dígito, el reto de gestionar un reparto eficiente y menos contaminante es ya una prioridad urbana.
Regulaciones emergentes para mitigar el impacto
En California, la Agencia de Protección Ambiental (EPA) implementó en 2024 la llamada “Warehouse Indirect Source Rule”, que abre la puerta a sancionar a los propietarios de almacenes por la contaminación causada por los camiones que entran y salen de sus instalaciones.
La medida obliga a los operadores logísticos a invertir en flotas eléctricas, puntos de recarga y tecnologías de reducción de emisiones, convirtiéndose en un precedente global de corresponsabilidad regulatoria.
En paralelo, la ciudad de Delhi (India) lanzó una política de logística urbana que contempla la creación de corredores verdes de transporte, centros de consolidación y el impulso a vehículos eléctricos y a gas natural comprimido en la última milla.
Estas iniciativas buscan reducir la congestión y, al mismo tiempo, recortar emisiones que deterioran la calidad del aire en una de las urbes más contaminadas del planeta.

Las cifras demuestran que las operaciones logísticas no solo sostienen el comercio mundial, también definen buena parte de la contaminación urbana.
Según la ONU y la OMS, la contaminación del aire provoca alrededor de 7 millones de muertes prematuras cada año, y nueve de cada diez personas en el mundo respiran aire que no cumple con los estándares de salud recomendados.
Frente a este panorama, la transición hacia flotas más limpias, la consolidación de rutas, el uso de energías renovables en almacenes y la integración de soluciones digitales de eficiencia logística son estrategias que pueden ayudar a mitigar el impacto ambiental.
En este Día Internacional del Aire Limpio por un Cielo Azul, el mensaje es claro: la logística debe ser parte central de la estrategia global para limpiar el aire.
Más allá de mover mercancías, el reto es hacerlo sin comprometer la salud de millones de personas que habitan las ciudades donde esas cadenas de suministro cobran vida.