Las primeras imágenes llegaron desde las rutas habituales: filas de tráileres inmóviles, comerciantes cerrando temprano y operadores que, teléfono en mano, informaban a sus clientes que la entrega quedaría en suspenso.
Los bloqueos del 24 y 25 de noviembre —encabezados por transportistas y organizaciones campesinas— no fueron un episodio aislado, sino parte de una secuencia que se ha repetido con más frecuencia en 2025, cada vez con afectaciones más medibles.
Para el sector logístico, la fotografía es conocida: en México, más del 80% de las mercancías viajan por carretera. Cada cierre, incluso si dura unas horas, genera una reacción en cadena que alcanza a manufacturas, comercio, exportaciones, transporte refrigerado y pymes.
Por eso, cuando esta última semana de noviembre volvió a paralizar decenas de puntos carreteros y accesos a aduanas, las cámaras empresariales respondieron con un tono que ya no es de coyuntura, sino de advertencia estructural.
Las primeras cifras: un daño que no necesita proyección
La CONCANACO (Confederación de Cámaras Nacionales de Comercio, Servicios y Turismo) fue la primera en ponerle número a lo ocurrido. Con un mapeo preliminar que abarcó del 19 al 26 de noviembre, la confederación estimó pérdidas conservadoras por 3,000 a 6,000 millones de pesos, derivadas de 29 cierres en 17 estados.
Su llamado fue inmediato: establecer “corredores prioritarios” que permitan el paso de alimentos, medicinas y mercancías esenciales, incluso durante manifestaciones, y crear un sistema público de alertas en tiempo real para anticipar desvíos.
COPARMEX, en un tono igualmente firme, coincidió en que las protestas tienen un detonante legítimo —la inseguridad en carreteras, que en algunas regiones se ha vuelto insostenible—, pero subrayó que el país no puede normalizar que cada reclamo derive en una parálisis del transporte.

Su radiografía interna mostró afectaciones en 33 de 55 regiones monitoreadas y un temor compartido: sin protocolos claros, cada bloqueo se convierte en un riesgo operativo directo para las empresas que dependen de entregas programadas y rutas estables.
Los bloqueos de noviembre no aparecieron en el vacío. Apenas un mes antes, en octubre, productores agrícolas habían detenido tramos clave del Bajío y el occidente, dejando pérdidas por alrededor de 2,300 millones de pesos, según reportes difundidos por cámaras industriales.
La falta de insumos comenzó a sentirse en líneas de manufactura que operan con inventarios mínimos, sobre todo en plantas automotrices y de autopartes.
En los meses previos, la historia se había repetido con variaciones: cierres parciales en el Arco Norte que detuvieron camiones refrigerados; bloqueos en accesos a puentes fronterizos que retrasaron exportaciones del sector automotriz; interrupciones que obligaron a desviar unidades por cientos de kilómetros adicionales.
En cada caso, las cámaras empresariales emitieron el mismo mensaje: el país necesita un mecanismo permanente que garantice continuidad logística aun en escenarios de protesta. Pero esa arquitectura institucional sigue ausente.
Más que mercancías, continuidad
Cuando ocurre un bloqueo, la primera reacción es pensar en retrasos. En la práctica, el impacto es mucho más profundo.
Una hora de cierre en un corredor crítico puede convertirse en días de congestión, porque la demanda reprimida tarda en dispersarse. Los productos perecederos —frutas, verduras, lácteos— pueden perder valor en cuestión de horas si una unidad refrigerada queda detenida bajo el sol.
Las empresas con cadenas just-in-time, que operan sin inventarios de respaldo, pueden detener líneas completas por falta de un solo componente. Y las pymes, que dependen de ventas diarias, pierden clientes y flujo de efectivo que difícilmente recuperan.
Las cámaras lo saben y por eso, en los comunicados de esta semana, el tono fue más grave que en episodios anteriores. La protesta es un derecho, coincidieron; el colapso logístico no debe ser su consecuencia automática.

Hay algo que conecta los bloqueos de octubre y noviembre: todos nacen de una demanda de seguridad. Transportistas que denuncian extorsiones, robos y ataques; productores que señalan abandono estatal; empresas que reportan cadenas completas afectadas por tomas de carretera que se prolongan más de lo tolerable para un sistema logístico tan carretero como el mexicano.
COPARMEX lo dijo con claridad en su documento más reciente: “Se deben atender las causas profundas, pero sin afectar a terceros que también dependen de esas mismas rutas para sobrevivir económicamente.”
CONCANACO añadió una pieza clave: mientras no existan rutas de resguardo o corredores designados para garantizar el flujo mínimo, el costo lo seguirán pagando comerciantes, transportistas y consumidores.
Este diagnóstico es compartido por otras cámaras como Canacintra y Concamin, que en los episodios previos insistieron en que se requiere una coordinación real entre autoridades federales y estatales para proteger no solo las mercancías, sino también a los operadores.
¿Qué ha pasado en eventos anteriores?
Agosto 2024 — el bloqueo México–Puebla que fracturó un corredor central
En agosto de 2024, un cierre prolongado en la autopista México–Puebla volvió a mostrar cuánto puede paralizarse la economía cuando un eje de alta densidad queda bloqueado.
Empresas transportistas y cámaras del sector reportaron interrupciones masivas: CANACAR calculó en aquel momento que las pérdidas por dos días de bloqueo superaron cifras millonarias de doble dígito, y conductores quedaron atrapados en largas filas con mercancía perecedera en riesgo.
La cobertura periodística recogió testimonios de plantas industriales que debieron frenar actividades y de transportistas que enfrentaron extorsiones y condiciones de inseguridad que precipitaron la protesta.
Ese episodio se citó desde entonces como antecedente para pedir protocolos que garanticen paso seguro en corredores críticos.

Octubre 2025 — cuando los productores cerraron tramos del Bajío
La seguidilla de protestas de octubre 2025 —con cortes en el Bajío y el occidente— fue la que llevó a CANACINTRA a sacar cuentas y a elevar el tono: la cámara estimó pérdidas por 2,300 millones de pesos asociadas a bloqueos que dejaron a empresas sin insumos y a líneas de producción paradas.
Los testimonios empresariales que acompañaron ese balance subrayaron dos efectos medibles: horas hombre de planta perdidas por paro administrativo y falta de repuestos, y pérdida de valor en inventarios perecederos que no pudieron llegar a mercado.
Canacintra lo describió como “impactos directos en la disponibilidad de suministros” y advirtió que la repetición de episodios reduciría la competitividad regional.













