Cada segundo, se entierra o quema una cantidad de textiles equivalente a un camión de basura, especifica el reporte “El costo ambiental de estar a la moda”, de la ONU. Agrega que la industria de la moda consume 93,000 millones de metros cúbicos de agua al año —suficiente para abastecer a cinco millones de personas en ese mismo lapso— y genera más emisiones de carbono que todos los vuelos y envíos marítimos internacionales juntos.
Decir que el ritmo es insostenible es una forma muy corta de expresarlo. De ahí que el término slow fashion o moda lenta se mencione cada vez más en espacios ambientales y también en rubros industriales. Va mucho más allá de la propuesta de una estética distinta: slow fashion es una transformación radical en la cadena de suministro de las industrias textil y de la moda. “No se trata solo de diseñar ropa bonita. Se trata de rediseñar el sistema completo”, afirma Diana Hernández, CEO de Fundamentally.
Del fast fashion al pensamiento sistémico
La moda rápida ha dominado el mercado con colecciones constantes, precios bajos y una lógica de consumo desechable. Pero este modelo ha llegado a un punto de saturación. “Cada vez es menos rentable. El margen se reduce, la presión por precios bajos es insostenible. Es una burbuja a punto de estallar”, advierte Hernández.
Datos de la Fundación Ellen MacArthur señalan que entre 2000 y 2015, la producción de ropa se duplicó; durante aproximadamente el mismo período, el número de prendas compradas por persona aumentó aproximadamente 60% (promedio mundial). Al mismo tiempo, la utilización de la ropa (número de usos antes de desecharla) disminuyó aproximadamente 36% entre 2000 y 2015.
Si estas cifras no son lo suficientemente escalofriantes en términos ambientales, hay una más que aporta Diana: las personas usamos apenas el 20% del total de las prendas que tenemos en el clóset.
En el fast fashion, fabricantes, distribuidores y retailers cada vez tienen menos margen de ganancia en un mercado donde el pricing presionado hacia abajo ha tocado niveles insostenibles, donde la producción se encarece por la demanda de velocidad de entrega y donde el único factor que puede compensarlo es la venta a enormes volúmenes, prendas y piezas que terminan en vertederos de basura que no puede reciclarse o engrosando las columnas del deadstock.
Diana Hernández es fotógrafa documental y fue a través de sus exploraciones de trabajo en distintos ambientes naturales que dio con un objetivo que pronto alimentó Fundamentally: transformar los modelos de negocio de la industria de la moda para que dejen de ser destructivos y se conviertan en regenerativos, tanto en términos ambientales como sociales.
“He estado en basureros en Tijuana, en selvas de Chiapas, con comunidades originarias. (Así aprendí que) todo lo que hacemos tiene impacto. Y la moda es una de las pocas cosas que sí podemos elegir conscientemente”, reflexiona.
Como parte de estos planteamientos, Fundamentally impulsa el uso de metodologías como el design thinking y el system thinking para rediseñar la cadena de suministro. “El pensamiento sistémico nos obliga a dejar de ver la producción como algo lineal. No es solo hacer la prenda y venderla. Es pensar en todo lo que interactúa: comunidades, materiales, residuos, salud”, explica. Es decir, atraviesa toda la cadena de suministro.
Este enfoque permite integrar decisiones sostenibles desde el origen del producto. Por ejemplo, usar algodón regenerativo, textiles reciclados o incluso botellas de PET convertidas en lentejuelas, como ya se hace hoy en producciones de baja escala. “Hay diseñadores que están haciendo piezas increíbles con desechos. Eso no lo ves en el fast fashion”, dice Diana.
Supply chain: de la masividad a la trazabilidad
La moda lenta opera en escalas pequeñas, con inventarios fragmentados y materiales diversos. Esto exige una cadena de suministro más flexible, trazable y personalizada. “En lugar de mover toneladas de tela, trabajamos con deadstock, con piezas únicas, con talleres locales. Eso cambia todo el modelo logístico”, señala Hernández.
Para facilitar esta transición, Fundamentally ha desarrollado Green Metrics, una plataforma que permite a las MIPIMES medir el impacto ambiental de sus productos mediante análisis de ciclo de vida (LCA). “Antes, hacer un análisis ambiental costaba desde 5,000 hasta 52,000 dólares. Ahora, con esta tecnología, cualquier marca puede subir su inventario y calcular el impacto de cada prenda”, explica.
La herramienta, basada en inteligencia artificial, incluye bases de datos globales que permiten calcular desde el consumo de agua hasta la toxicidad de los materiales. “Es una revolución para la trazabilidad. Además, permite cumplir con regulaciones como el pasaporte digital de productos que exige la Unión Europea desde 2026”.
Sostenibilidad como ventaja competitiva
En México, aunque aún no se exige el pasaporte digital, sí existen leyes contra el greenwashing y normas de etiquetado ambiental: “Quien empiece a adoptar prácticas de transparencia y sostenibilidad va a tener una ventaja competitiva. Va a construir lealtad en sus consumidores”, afirma Hernández.
La sostenibilidad también se traduce en ahorro. “Patagonia invierte una fracción de lo que otras marcas gastan en publicidad. Su retorno está en la fidelidad del cliente. Eso también es rentabilidad”, dice.
Más allá de la logística y la regulación, Hernández insiste en el poder simbólico de la moda. “Imagínate que alguien te diga: ‘¡Qué increíble tu blusa!’ y tú respondas: ‘Es de cáñamo, tiene bajo impacto ambiental, fue hecha por una comunidad local’. Esa prenda cuenta una historia. Y esa historia transforma”.
Durante el Climate Action Week —del 8 al 10 de octubre de 2025— Fundamentally busca posicionar la moda lenta como eje de innovación. “Queremos mostrar que medir el impacto ambiental es una acción climática concreta. Y que América Latina puede ser reconocida como productor sostenible de moda”, afirma Hernández.
Aunque la región no compite en volumen con Asia, sí puede diferenciarse por su compromiso ambiental. “Tenemos tiempo de hacer el pivote. De cambiar el rumbo. Y los hechos son claros: el clima está cambiando, la ropa se acumula, el poliéster no se degrada. No es ideología, es realidad”, concluye.