El Tratado entre México, Estados Unidos y Canadá (T-MEC) se acerca a un proceso de revisión que arrancará en los próximos meses y cuya redefinición se materializará hacia julio de 2026. Esto coloca el sector logístico y comercial en América del Norte en un momento clave: comprender el escenario que podría presentarse si se redefine el marco trilateral, y prepararse, desde ahora, para capitalizar las oportunidades que dicha revisión también podría habilitar.
Lejos de tratarse de un ejercicio técnico, la revisión del T-MEC es un momento comercial y operativo que va a reconfigurar las reglas del juego del comercio transfronterizo.
Para México, el impacto será particularmente profundo, no solo por su cercanía geográfica y dependencia exportadora con Estados Unidos, sino porque más del 80% de sus exportaciones tienen como destino ese país.
Incertidumbre, aranceles y fricciones operativas
Primero hay que entender que si bien no está descartada una renegociación del T-MEC, esto aún no se ha confirmado y, de momento, solo se considera una revisión estructural de su funcionamiento.
La sola expectativa de ajustes ha generando consecuencias. De acuerdo con la Cámara Americana de Comercio en México, más de 15,000 millones de dólares en nuevas inversiones se mantienen en pausa ante la falta de claridad sobre el rumbo del acuerdo.
Además, sectores estratégicos como el automotriz, el electrónico y el agroalimentario están en alerta ante posibles cambios en reglas de origen, cláusulas de cumplimiento o la reinstauración de medidas arancelarias.
El U.S. Census Bureau señala que entre Estados Unidos y México se comercializan anualmente más de 60,000 millones de dólares en vehículos y autopartes, así como flujos relevantes de electrónicos, maíz, plásticos y productos farmacéuticos.
Un informe de 2024 del U.S. Trade Representative (USTR) reconoce que el capítulo automotriz del T-MEC sigue siendo una fuente de tensiones debido a diferencias en la interpretación del porcentaje de contenido regional necesario para acceder a beneficios preferenciales.
Desde el punto de vista operativo, estos conflictos se traducen en retrasos aduanales, incrementos en los costos finales de productos afectados por tarifas, y dificultades para planear inventarios con certeza.
Y lo más relevante: en un ecosistema logístico cada vez más interdependiente, la incertidumbre en una cláusula legal puede tener un efecto dominó en la eficiencia del transporte, el almacenamiento y la entrega de bienes hacia ambos lados de la frontera.
Oportunidades: previsión, estrategia y eficiencia inteligente
Sin embargo, toda revisión también representa una posibilidad de mejora. De cara a 2026, los actores logísticos y comerciales tenemos una oportunidad de ajustar procesos, auditar operaciones y fortalecer la competitividad antes de que las nuevas reglas se formalicen.
Desde mi experiencia en comercio transfronterizo, identifico tres áreas donde México puede avanzar proactivamente:
- Digitalización y trazabilidad aduanal. La transición hacia plataformas de interoperabilidad documental debe acelerarse, no solo para cumplir, sino para ganar visibilidad y control operativo. Esta trazabilidad puede ser crucial para acreditar origen, identificar interrupciones y asegurar entregas en tiempo.
- Reingeniería logística ante escenarios múltiples. Con herramientas de datos para predecir escenarios, las empresas pueden simular el impacto de una modificación arancelaria o de origen sobre sus costos logísticos, rutas y márgenes. Esta capacidad de anticipación permite rediseñar cadenas antes del cambio, no después.
- Cumplimiento como ventaja competitiva. Las empresas que ya trabajan con certificaciones de origen bien estructuradas y sistemas de cumplimiento normativo no solo reducirán fricción, sino que estarán mejor posicionadas para acceder a beneficios preferenciales en un nuevo contexto.
El comercio transfronterizo no debe operar bajo la lógica reactiva. La revisión del T-MEC debe entenderse como una llamada de atención para elevar el nivel estratégico de nuestras decisiones logísticas.
Más allá de los tratados, los costos o las reglas, el verdadero reto está en que nuestra infraestructura operativa (humana, digital y física) esté lista para responder con agilidad, no con improvisación.
Desde centros de consolidación binacional hasta soluciones de última milla que respeten nuevas restricciones, lo que está en juego es la capacidad de adaptación.
No se trata de predecir el texto de un tratado. Se trata de construir, desde hoy, cadenas de suministro capaces de absorber la incertidumbre como parte del modelo operativo, no como una amenaza externa.