La Ley de Chips que promueve la administración de Joe Biden en Estados Unidos está propiciando una nueva capacidad de producción tanto en ese país como en Europa.
La eurozona lanzó recientemente su propio estímulo para competir con EU.
Y aunque algunos en los círculos económicos y empresariales dudaban que EU fuera capaz de volver a industrializarse, la economía va hacia donde la empujan los incentivos.
En tan sólo dos años se invirtieron 53 mil millones de dólares de dinero público y casi 400 mil de inversión privada para incentivar la producción nacional.
Así lo detalló un artículo de Rana Foroohar, columnista de negocios de The Financial Times, que retomó el periódico Milenio.
En el texto se resalta que a principios de septiembre, Taiwan Semiconductor Manufacturing Company (TSMC), que planea comenzar la producción masiva de chips en Arizona en 2025, logró rendimientos de producción similares a los que puede hacer en su país.
La tasa de rendimiento no solo es un factor clave en la rentabilidad, también conduce a una mayor productividad.
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Y esa es la gran lección del éxito de Taiwán con los chips.
A pesar de las críticas en torno a los retrasos en la producción de semiconductores se han logrado muchos avances, no solo en rendimientos, también en áreas como la capacitación de la fuerza laboral.
Urge desarrollar talento
La falta de mano de obra cualificada ha sido un gran cuello de botella para la producción de chips.
Por tanto, el Departamento de Comercio, que dirige el programa de chips, trabajó con la Federación Estadunidense de Profesores y Micron para elaborar un nuevo plan de estudios de tecnología.
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Sin embargo, la columnista señaló que EU aún no ha aprendido cómo promover el bien público mayor por encima de los intereses privados.
“La producción de chips, en particular los relacionados con la inteligencia artificial (IA), es un área en la que los retos en estas cuestiones son agudos”, indicó.
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Concluyó que si EU piensa tomar en serio la resiliencia y la seguridad en materia de semiconductores e IA, el próximo presidente tendrá que pensar aún más que Joe Biden sobre los riesgos y las recompensas de la reindustrialización.