Este 2025 dejó claro que la sostenibilidad en logística ya no es un “tema aspiracional” sino un campo de batalla donde se define competitividad, acceso a mercados y resiliencia. En México y en América Latina, la conversación se movió de los compromisos generales a preguntas incómodas sobre empaques, emisiones, trazabilidad y quién paga realmente la factura ambiental de las cadenas de suministro.
En México se reanudaron una serie de procesos decisivos: se avanzó en la Estrategia Nacional de Economía Circular 2025–2030, el gobierno federal fijó incentivos para nuevos polos de desarrollo circular y abrió la consulta pública para una Ley General que tendrá el foco en plásticos y esquemas más robustos de Responsabilidad Extendida del Productor (REP).
Para la industria esto es relevante ya que significará nuevas exigencias de trazabilidad y retorno de materiales.
Se espera más presión regulatoria y de mercado para que los empaques sean reciclables, recuperables y reportados bajo estándares que preparan a las marcas para las futuras obligaciones.
Esto está generando exigencia de planes concretos y resultados medibles, no solo compromisos de largo plazo.
Más allá de las fronteras
En el plano regional, en America Latina, el efecto nearshoring y la reconfiguración de redes hacia Norteaméricapusieron a México y otros hubs clave en el centro de la agenda de sostenibilidad logística.
La necesidad de competir por inversión extranjera hizo que los nuevos centros de distribución y parques industriales comenzaran a integrar criterios ESG desde el diseño (eficiencia energética, infraestructura para renovables y logística verde), demostrando que el futuro logístico regional es, por necesidad, bajo en carbono.
En el resto del mundo, 2025 fue un año de señales mixtas: mientras Europa endureció reglas de reporteo, se suavizaron otros marcos regulatorios y exigencias ante la llamada “fatiga regulatoria”.
Al mismo tiempo, los riesgos por clima extremo y disrupciones comerciales dejaron en claro que la sostenibilidad es parte inseparable de la resiliencia operativa. A nivel global aumentó la presión en tres dimensiones:
- Operar con trazabilidad granular de emisiones y materiales.
- Integrar metas ESG en contratos, criterios de compra y acceso a capital.
- Cumplimiento y reporteo cada vez más alineado con normas internacionales.
2026: el año de hacer realidad la sostenibilidad operativa
En este contexto de presión regulatoria y nearshoring, durante 2026, el cambio clave para la sostenibilidad no será tecnológico, sino cultural.
La sostenibilidad dejará de ser una función de cumplimiento ambiental para convertirse en una métrica de riesgo financiero y operativo en las Juntas Directivas. Esto significa que la huella de carbono, la circularidad y la exposición regulatoria serán evaluadas con la misma seriedad con la que hoy se miran el costo y el nivel de servicio.
Las empresas que operan en México y LATAM sentirán esta presión en cuatro frentes:
- 2026 consolidará el tránsito de marcos voluntarios a obligaciones tangibles en reporte, empaques y gestión de riesgos climáticos. Las empresas que capitalicen la Estrategia de Economía Circular y el nuevo estándar de reporte ESG como un mapa de riesgos y oportunidades llegarán mejor posicionadas que quienes lo trataron como mero cumplimiento.
- La logística urbana y de última milla será el escaparate visible de la descarbonización: flotas más limpias, corredores eléctricos, pruebas con combustibles alternativos. No porque “se vea bonito en el reporte”, sino porque la combinación de volatilidad energética, presión social y competencia hará que seguir igual sea más caro que cambiar.
- La sostenibilidad solo contará si aparece en los mismos tableros donde se discuten costos, productividad y riesgo. 2026 será el año en que muchas empresas descubran que no pueden tomar decisiones estratégicas de red, flota o empaques sin integrar métricas ambientales en la conversación financiera.
- La verdadera disrupción no estará en un material milagroso, sino en dejar de diseñar cadenas de suministro de “ida” para empezar a diseñarlas de “ida y vuelta”. Los ganadores serán quienes piensen desde el inicio cómo se recupera, repara, reusa y revaloriza cada activo, empaque y flujo.
¿Qué se espera de los líderes logísticos?
En 2026, la pregunta para la logística no será quién tiene la mejor narrativa de sostenibilidad, sino quién tiene los datos, las redes y las decisiones necesarias para seguir siendo relevante en un mercado que ya decidió que la sostenibilidad es parte del negocio, no un adjetivo.
La región está en el centro de una reconfiguración productiva histórica, pero el nearshoring no es un cheque en blanco: es una invitación condicionada. Los grandes compradores globales van a seguir moviendo producción y logística hacia hubs más cercanos, pero se quedarán con quienes les den tres cosas al mismo tiempo: costos eficientes, redes resilientes y cadenas verificables en términos ambientales.

Eso coloca a la logística como un filtro, no como un simple “ejecutor” de órdenes. Los próximos años se jugarán menos en comunicados y más en tres tableros muy concretos:
- En la junta directiva, donde la exposición a riesgos climáticos y regulatorios se empezará a discutir con la misma seriedad que la volatilidad cambiaria o el riesgo político.
- En la mesa de negociación con clientes, donde los contratos incorporarán metas de emisiones, circularidad y trazabilidad como condiciones de permanencia.
- En el piso operativo, donde cada decisión sobre rutas, empaques, retornos y tecnología tendrá un impacto medible en margen, servicio y licencia social para operar.
Ahí es donde la figura del líder logístico cambia de piel. Ya no alcanzará con ser “el que mueve la mercancía al menor costo posible”. El rol que se espera para 2026 es el de traductor estratégico entre tres mundos que a menudo parecen hablar idiomas distintos: el regulatorio, el financiero y el operativo.
Detrás del cambio de piel
En este contexto, a los líderes logísticos no se les va a medir por la lista de “proyectos verdes”, sino por tres cosas mucho más simples y exigentes:
- Su capacidad de traducir un océano de regulaciones y métricas en tres o cuatro decisiones de red, flota y empaques que cambien de verdad la ecuación de costo y riesgo.
- Su habilidad para convencer a dirección y clientes de que la sostenibilidad no es un freno, sino el único modo de sostener el crecimiento en un tablero definido por nearshoring, escasez de recursos y escrutinio público.
- Su disciplina para pasar del piloto eterno a la ejecución consistente: más indicadores de ocupación, emisiones por envío y tasas de recuperación que se revisan cada mes.
Quien logre sentar en la misma mesa a compras, finanzas, comercial y sostenibilidad, con datos claros y decisiones priorizadas, va a tener una ventaja enorme frente a quienes sigan viendo la sostenibilidad como “tema de otro departamento”.
Por eso, la pregunta de fondo para la logística mexicana y latinoamericana no es si puede ser más sostenible, sino si quiere ocupar el lugar que le corresponde en la conversación estratégica de la empresa. 2025 ya dejó claro que el status quo no es opción.
En 2026, la verdadera línea divisoria estará entre las organizaciones que usen la sostenibilidad para ganar resiliencia, preferencia de cliente y acceso a capital, y aquellas que se queden ancladas en una visión de corto plazo donde solo importa la tarifa del próximo embarque.
La buena noticia es que la ventana de oportunidad sigue abierta; la mala, que ya no lo estará por mucho tiempo.












