En el complejo entramado de la movilidad de las ciudades mexicanas, la logística de última milla se ha convertido en uno de los mayores retos de gestión.
El crecimiento del comercio electrónico y la necesidad de abastecer a restaurantes, oficinas y hospitales han disparado el número de entregas urbanas. En ese recorrido hacia el consumidor, las zonas de carga y descarga deberían funcionar como un engranaje sencillo pero fundamental: son los espacios que permiten que las mercancías entren y salgan de los centros urbanos sin fricciones.
Sin embargo, cuando son insuficientes o inexistentes, se transforman en un cuello de botella silencioso que impacta la eficiencia de toda la cadena.
Impactos visibles en el tránsito y el medio ambiente
La ausencia de bahías adecuadas obliga a los transportistas a estacionarse en doble fila o bloquear carriles, lo que interrumpe la circulación general y multiplica la congestión vehicular.
Aunque los vehículos de carga representan apenas entre el 10 y 20 % del tráfico urbano, generan un impacto desproporcionado en la movilidad debido a las maniobras que deben realizar al momento de cargar o descargar mercancía.

Las consecuencias no son solo de tráfico. Un estudio realizado en Zapopan demostró que la correcta implementación de bahías de carga y descarga redujo en un 3.55 % las emisiones de CO₂ en horas de la mañana y disminuyó en 14 % los niveles de ruido en áreas comerciales (Transportation Research Part D, 2024).
Es decir, la planeación de estas zonas puede convertirse en una herramienta de mitigación ambiental tan efectiva como las restricciones vehiculares o la renovación de flotas.
Un déficit estructural en las ciudades mexicanas
La realidad es que la mayoría de las ciudades en México carecen de una infraestructura adecuada para las operaciones de carga y descarga.
La Guía Técnica de la Secretaría de Desarrollo Agrario, Territorial y Urbano (SEDATU) de 2023 recomienda bahías de entre 12 y 15 metros de longitud y 2 a 2.5 metros de ancho, con señalización vertical y pintura azul para hacerlas visibles. Sin embargo, pocas urbes han adoptado estas especificaciones de manera sistemática.
El caso de la Central de Abasto de la Ciudad de México es ilustrativo. Con 52 mil vehículos diarios movilizando 30 mil toneladas de productos, los andenes principales pueden operar con cierta fluidez, pero las calles secundarias se saturan por falta de espacios especializados.
Algo similar ocurre en corredores comerciales de Querétaro y Monterrey, donde estudios de microsimulación han mostrado que la ausencia de bahías diseñadas con criterios técnicos puede incrementar en más de 20 % los tiempos de espera en las entregas.
Costos ocultos para transportistas y consumidores
La falta de infraestructura adecuada también se traduce en ineficiencias para las empresas de transporte y distribución. Según investigaciones del MIT Center for Transportation and Logistics, un alto porcentaje de las unidades que operan en la última milla mexicana tiene más de 10 o incluso 20 años de antigüedad.

Esto se traduce en operaciones más lentas y contaminantes, que se ven aún más afectadas cuando los conductores deben dedicar tiempo extra a encontrar espacio para estacionarse o maniobrar en calles congestionadas.
El resultado es que, en promedio, solo hasta un 87 % del tiempo de trabajo de un conductor se dedica efectivamente a la operación logística; el resto se pierde en maniobras, búsqueda de espacio y espera.
Estos tiempos muertos incrementan los costos de última milla, que ya representan cerca de 28 % del costo total de la cadena logística. Al final, esas ineficiencias se trasladan al consumidor en forma de retrasos y mayores precios.
De la regulación a la gestión inteligente
Resolver este cuello de botella requiere combinar infraestructura física, regulación urbana y herramientas tecnológicas. Algunas ciudades mexicanas ya han comenzado a explorar modelos de control digital mediante aplicaciones y sensores que monitorean el uso de las bahías y evitan ocupaciones indebidas.
Este tipo de soluciones, aplicadas en conjunto con una planeación urbana que contemple la demanda real de cada zona, podría marcar la diferencia en la eficiencia logística.
Al mismo tiempo, el impulso a la electromovilidad en vehículos de reparto urbano aparece como una medida complementaria.
La renovación de flotas con unidades menos contaminantes y más ágiles permitiría aprovechar mejor los espacios de carga y descarga, al tiempo que se reducen las emisiones en las áreas más densas de las ciudades.
Un reto estratégico para la competitividad
Las bahías de carga y descarga, lejos de ser un detalle menor en la planeación urbana, son uno de los factores más determinantes para la competitividad logística en México.

En una economía cada vez más dependiente del comercio electrónico y del abastecimiento rápido, la falta de estos espacios se convierte en un obstáculo que genera costos ocultos, emisiones adicionales y congestión.
El sector logístico, los gobiernos locales y los desarrolladores urbanos deberán trabajar de manera conjunta para dimensionar adecuadamente la demanda, diseñar bahías con criterios técnicos y gestionarlas con apoyo tecnológico.
Solo así será posible que este cuello de botella silencioso deje de frenar la eficiencia de miles de entregas diarias en las ciudades mexicanas.