En Ginebra, del 5 al 14 de agosto de 2025, se desarrolla la última ronda de negociaciones para un tratado internacional jurídicamente vinculante que busca frenar la contaminación por plásticos en todas sus etapas: desde el diseño y la producción hasta su uso, recolección y disposición final.
Impulsada por Naciones Unidas y respaldada por organismos como la Cámara de Comercio Internacional (ICC), esta iniciativa no solo representa un hito ambiental, sino que supone un rediseño profundo para las cadenas logísticas e industriales a nivel global.
Aunque el texto final aún está en construcción, su implementación marcaría el rumbo hacia un modelo productivo y logístico que deje atrás el paradigma lineal de “producir, usar y desechar” para adoptar un enfoque verdaderamente circular.
Esto implicaría revisar desde la elección de materiales y el diseño de envases hasta los sistemas de transporte, almacenamiento y recuperación, transformando la manera en que las empresas planifican y ejecutan sus operaciones.
El contexto de esta negociación es alarmante. Según datos del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), cada año se producen 430 millones de toneladas métricas de plástico, de las cuales dos tercios se convierten rápidamente en residuos, principalmente envases de un solo uso.
Apenas el 9 % de estos materiales se recicla de forma efectiva, y de seguir las tendencias actuales, la producción de plásticos podría triplicarse para 2060.

Más allá de su volumen, la composición química de estos materiales agrava el problema: se han identificado más de 16.000 sustancias químicas presentes en productos plásticos, muchas de ellas tóxicas y potencialmente peligrosas para la salud humana y los ecosistemas.
El impacto económico tampoco es menor: los costos sociales y medioambientales de esta contaminación podrían superar los 1,5 billones de dólares al año, y en un escenario de inacción, la producción de plásticos representaría el 19 % del presupuesto global de emisiones compatible con limitar el calentamiento a 1,5 °C para 2040.
Armonización global, responsabilidad ampliada y nuevas oportunidades para la logística
El tratado que se negocia busca establecer criterios globales de diseño y producción de plásticos, priorizando la eliminación progresiva de los más problemáticos y fomentando la sustitución por materiales reutilizables o reciclables.
Para el sector logístico, esto significaría trabajar con una base regulatoria más uniforme, lo que aportaría previsibilidad y reduciría los costos derivados de la adaptación a marcos normativos dispares entre países.
Un marco global permitiría optimizar inventarios, diseñar envases más eficientes y estandarizar procesos de embalaje y transporte, impulsando la innovación en áreas como embalaje inteligente, trazabilidad mediante IoT y sistemas de transporte más limpios.
Otro de los puntos centrales es la incorporación de mecanismos de responsabilidad ampliada del productor (EPR), que obligarían a las empresas a financiar la recolección, el reciclaje y la gestión de los plásticos que ponen en el mercado.
Esto transformaría la relación entre industria, distribución y operadores logísticos, ya que la logística pasaría a desempeñar un papel clave en la creación de sistemas circulares.
Habría que desarrollar redes de transporte inverso para la recuperación de materiales, centros de consolidación y clasificación, así como sistemas avanzados de trazabilidad que garanticen que los residuos regresen efectivamente a la cadena de valor.

Este cambio no solo exigiría inversión en infraestructura, sino también nuevas alianzas estratégicas entre fabricantes, distribuidores, empresas logísticas y gobiernos locales.
Para la logística, esta transición representa tanto un desafío como una oportunidad. Las empresas que integren de forma temprana soluciones sostenibles y circulares estarán mejor posicionadas en un mercado donde la competitividad dependerá también de la capacidad para cumplir con exigencias ambientales.
La ICC ha hecho un llamado explícito para que el sector privado se movilice y aproveche esta “oportunidad histórica” para terminar con la contaminación por plásticos, no como un requisito legal más, sino como un elemento diferenciador de competitividad y reputación.
Un compromiso que redefine la eficiencia y la sostenibilidad en la cadena de valor
Si bien el tratado aún no está cerrado, el sentido de dirección es claro: la contaminación por plásticos será abordada de forma coordinada y vinculante a nivel global.
Esto obligará a la industria y la logística a repensar sus métricas de eficiencia, que ya no se medirán únicamente por la reducción de tiempos y costos, sino también por su capacidad para operar con responsabilidad ambiental y minimizar residuos.
La transición hacia un modelo de economía circular exigirá inversiones en innovación, rediseño de embalajes, integración de sistemas de retorno y alianzas multinivel para optimizar el uso y la recuperación de materiales.
Para los operadores logísticos, el reto es doble: adaptarse a nuevas exigencias regulatorias y, al mismo tiempo, liderar la implementación de soluciones que garanticen el cumplimiento del tratado.
Esto incluirá desde la adopción de embalajes reutilizables y rutas optimizadas para transporte inverso, hasta el uso de plataformas digitales para monitorear el flujo de materiales a lo largo de toda la cadena.
El tratado, más que una obligación, debe entenderse como una oportunidad para que el sector logístico se consolide como pieza clave en la transición hacia un futuro sin contaminación plástica.

En definitiva, lo que se discute en Ginebra no es solo una política ambiental: es una reconfiguración profunda del comercio, la producción y la distribución global.
Y el éxito de su implementación dependerá de un compromiso colectivo en el que la logística, por su posición estratégica, tiene la capacidad de marcar la diferencia.