En los últimos años, las cadenas de suministro latinoamericanas han aprendido a convivir con disrupciones: pandemias, congestión portuaria, inflación logística, escasez de contenedores, volatilidad en precios energéticos y reconfiguración global de manufactura.
Sin embargo, una amenaza más silenciosa y profunda está comenzando a infiltrarse en cada eslabón operativo: la combinación entre un sistema energético vulnerable y un clima que se vuelve cada vez más extremo.
Lo que antes era una preocupación periférica para el sector logístico —sequías, inundaciones, olas de calor— hoy se ha convertido en un factor que redefine calendarios de entrega, continuidad operativa y costos de distribución.
La región sufrió en 2024 una temperatura 0.9°C superior al promedio histórico, una desviación que impulsó sequías severas, incendios forestales, inundaciones y afectaciones directas a la infraestructura eléctrica, desde presas hasta subestaciones.
Para la cadena de suministro, significan algo muy costoso: interrupciones, retrasos, paradas de operación y la erosión de la predictibilidad que necesitan los flujos logísticos para funcionar.
La energía como columna vertebral logística… y su fragilidad actual
En cualquier operación moderna, la energía —su disponibilidad, su estabilidad y su calidad— es tan fundamental como la capacidad instalada de transporte o la infraestructura de almacenamiento. Un puerto no puede mover grúas pórtico sin electricidad estable.
Un centro de distribución automatizado no puede operar sus bandas, lectores de códigos, sistemas de gestión y robots AMR si enfrenta variaciones de voltaje.

Un almacén de alimentos o farmacéuticos no puede darse el lujo de un solo minuto de interrupción en refrigeración. Una ruta de última milla con flotas eléctricas depende completamente de una red confiable.
Y sin embargo, la región enfrenta una condición estructural: el reciente Informe de Preparación para la Transición Energética 2025 del Foro Económico Mundial resalta que las pérdidas de transmisión y distribución ya alcanzan 13.5%, un nivel que expone tanto la edad de la infraestructura como la falta de inversión en redes capaces de acompañar el crecimiento logístico y el avance tecnológico.
Esto significa que incluso cuando se produce energía suficiente, una proporción preocupante se pierde antes de llegar a los parques industriales, puertos, aduanas, centros logísticos y consumidores finales.
El problema se agrava porque el consumo energético creció 3.8% en 2024, más que el PIB regional.
La economía, empujada por nuevos hubs de manufactura y relocalización de operaciones, se vuelve más dependiente de la energía al mismo tiempo que el sistema energético se vuelve menos confiable.
Es una ecuación peligrosa para la logística, cuya eficiencia depende de la estabilidad continua de todos los nodos.
La amenaza hídrica: cuando el corazón energético pone en riesgo la operación
La región tiene una característica única: más de 52.5% de su electricidad proviene de la hidroelectricidad, un porcentaje alto incluso en comparación global.
Durante años esto fue motivo de orgullo, porque significaba energía limpia y relativamente barata. Hoy, ante un clima más impredecible, se ha convertido en una fuente de riesgo operativo.
Cuando las lluvias disminuyen, los embalses bajan y la generación hidroeléctrica cae. Esta reducción no afecta únicamente a las empresas eléctricas: desencadena restricciones de energía que golpean directamente a la actividad logística.
En países altamente dependientes de hidroenergía, ya se han documentado turnos reducidos en manufactura, horarios limitados en centros de distribución, aumento en el uso de generadores diésel y variaciones de voltaje que afectan equipos electrónicos y sistemas automatizados.

Lo más grave es que esta vulnerabilidad hídrica coincide con un periodo donde la logística exige más electricidad que nunca: digitalización, automatización, trazabilidad en tiempo real, refrigeración continua y electrificación de flotas crean una demanda energética que no existía en décadas anteriores.
La dependencia de la hidroelectricidad, en un contexto de cambio climático, expone a toda la cadena de suministro a un riesgo sistémico: cuando el agua falta, el flujo de mercancías también se detiene.
La energía que se pierde, los costos que se acumulan
Uno de los datos más ilustrativos del informe del WEF revela que en 2024 se desperdiciaron 53,000 GWh de energía renovable por deslastre, principalmente por falta de capacidad de la red, infraestructura obsoleta o afectaciones derivadas del clima extremo.
Es una cifra tan grande que cuesta imaginarla: equivale al consumo anual de más de diez millones de hogares. Pero para el comercio, esa energía perdida representa oportunidades logísticas también perdidas.
Cada GWh que no llega a un centro de distribución es un turno que no operó, un contenedor que se retrasó, una carga refrigerada que tuvo que ser trasladada rápidamente para evitar pérdidas, una planta manufacturera que detuvo líneas completas.
Cuando la red falla, la logística paga inmediatamente: desde la activación de generadores y la compra de combustibles hasta la pérdida de producto, sobrecostos operativos y penalizaciones por incumplimientos de entrega.
La energía desperdiciada nunca es solo energía: es productividad evaporada, competitividad erosionada y presión adicional sobre todos los eslabones de la cadena.

La cadena de suministro no solo está expuesta al cambio climático: es una de sus primeras víctimas. Las inundaciones afectan carreteras, las olas de calor fuerzan pausas en la operación, los incendios limitan visibilidad en rutas, las sequías reducen generación hidroeléctrica, y las tormentas afectan la infraestructura eléctrica que sostiene a los puertos y centros logísticos.
Pero lo más relevante no es que estos fenómenos sean más frecuentes, sino que están ocurriendo sobre una red que ya opera al límite.
Un centro logístico moderno requiere estabilidad eléctrica continua para gestionar inventarios, operar vehículos autónomos, mantener comunicaciones, sostener climatización y garantizar seguridad. Un puerto automatizado depende de grúas, sensores, cámaras y sistemas de control que toleran muy poca variabilidad eléctrica.
Cuando el clima impacta una infraestructura que ya está fatigada, los efectos sobre la cadena de suministro son inmediatos: retrasos acumulados, mayores tiempos de estancia, congestión en patios y almacenes, interrupciones en el transporte intermodal y un incremento general en los costos operativos.
La logística, diseñada para sincronía y ritmo, se descompensa con cada interrupción energética, por mínima que sea.
Un futuro donde la resiliencia energética será la clave logística
El informe del WEF no solo diagnostica el problema: también señala una dirección. La resiliencia energética será la condición indispensable para sostener cadenas de suministro en un mundo más caliente y más volátil.
Esto implica modernizar redes con sensores, automatización y monitoreo en tiempo real, invertir en almacenamiento energético que permita suavizar los picos derivados del clima, y avanzar hacia una mayor integración eléctrica regional para evitar que los apagones se conviertan en apagones logísticos.
Para la logística, esto representa un cambio profundo. Ya no basta con optimizar rutas, invertir en infraestructura física o digitalizar procesos. Ahora es necesario asegurar que las operaciones estén preparadas para un entorno energético inestable.
Esto incluye desde modelos de redundancia eléctrica dentro de los centros de distribución hasta alianzas con proveedores energéticos, diseño de horarios adaptados a la disponibilidad eléctrica, inversiones en eficiencia y estrategias de resiliencia ante fenómenos climáticos extremos.
La competitividad logística del futuro no se medirá solo en rapidez o costos, sino en la capacidad de mantener operaciones estables en un entorno energético incierto.
América Latina tiene potencial energético extraordinario. Produce electricidad renovable en cantidades inmensas, posee recursos naturales privilegiados y avanza lentamente en digitalización.
Pero enfrenta un desafío crítico: asegurar que esa energía llegue de manera estable, predecible y resistente a los embates del clima. La región no puede aspirar a cadenas de suministro modernas con redes eléctricas vulnerables ni a atraer nearshoring con sistemas sujetos al azar climático.
En un mundo donde las disrupciones son la norma, la logística necesita más que infraestructura; necesita energía resiliente. Porque cuando la energía falla, no solo se apagan las luces: se detiene el flujo que sostiene la economía entera












