La Real Academia Sueca de las Ciencias anunció ayer que Joel Mokyr, Philippe Aghion y Peter Howitt son los ganadores del Premio Nobel de Economía 2025 “por haber explicado el crecimiento económico impulsado por la innovación”. Su trabajo subraya una lección fundamental: el progreso no se sostiene por inercia, sino gracias a la competencia, la apertura al cambio y la libre circulación del conocimiento.
Mokyr, historiador económico de la Universidad Northwestern en Estados Unidos y de la Universidad de Tel Aviv, Israel, explicó que la Revolución Industrial solo se volvió autosostenible cuando las sociedades unieron la ciencia con la práctica, creando lo que llamó “conocimiento útil”.
Por su parte, Aghion, investigador del Collège de France e INSEAD en París, Francia y de The London School of Economics and Political Science del Reino Unido y Howitt, de la Universidad de Brown en Estados Unidos, desarrollaron el modelo de “crecimiento mediante destrucción creativa”, donde nuevas tecnologías sustituyen a las anteriores, impulsando un ciclo continuo de innovación.
Ambos enfoques coinciden en un punto crucial: si el progreso se encierra tras barreras políticas o intereses corporativos, el crecimiento se detiene.

Cuando la competencia se convierte en rivalidad
Esa advertencia parece anticipar lo que hoy ocurre entre China y Estados Unidos, las dos mayores economías del planeta, inmersas en una guerra comercial y tecnológica que amenaza con fragmentar la innovación global.
Hace unos días, China amplió sus restricciones a la exportación de tierras raras y equipos utilizados en la fabricación de semiconductores, materiales esenciales para industrias como la automotriz, la energética y la de defensa.
El Ministerio de Comercio chino exigirá licencias detalladas para cada envío de magnetos, aleaciones y componentes que contengan estos minerales críticos, lo que refuerza su control sobre una cadena de suministro que ya domina en más de 70% del mercado global.
Pocos días después, el gobierno de Donald Trump respondió endureciendo sus controles a la exportación de semiconductores avanzados y equipos de litografía hacia China, en un intento por mantener su liderazgo en inteligencia artificial y tecnologías estratégicas.
La tensión escaló con la amenaza del presidente de Estados Unidos de imponer aranceles de hasta 100% a las importaciones chinas, en represalia por las nuevas restricciones de Pekín a las tierras raras.
Lo que para los gobiernos es una política de seguridad nacional, para el sistema económico mundial representa un retroceso en la cooperación científica y tecnológica.
El ciclo roto de la destrucción creativa
El modelo de Aghion y Howitt describe el crecimiento como una carrera de relevos: cada innovación reemplaza a la anterior, manteniendo la productividad; pero, ese relevo solo ocurre cuando existen instituciones que permiten la competencia y la entrada de nuevos jugadores.
Las restricciones impuestas por China y Estados Unidos alteran ese equilibrio: el avance deja de ser un proceso de destrucción creativa para transformarse en control estratégico del conocimiento.
China, al centralizar la producción y refinación de tierras raras, concentra poder sobre recursos que determinan la velocidad del progreso global; por otro lado, EU al restringir la exportación de chips y equipos, cierra la puerta a la colaboración tecnológica. El resultado es un escenario donde la innovación se convierte en un recurso geopolítico y no en un bien público.

El costo del control: innovación fragmentada
El impacto de esta fragmentación ya se deja ver en sectores como los chips de inteligencia artificial y la movilidad eléctrica. Las empresas que dependen de componentes de ambos países enfrentan un dilema: alinearse con uno de los bloques o invertir más para sustituir cadenas enteras de suministro.
Esto eleva costos, duplica esfuerzos y reduce la eficiencia del progreso tecnológico, justo lo contrario de lo que las teorías del Nobel defienden; por ejemplo, la historia económica que estudió Mokyr demuestra que la innovación florece en sociedades abiertas a nuevas ideas.
Mientras que, la destrucción creativa que modelaron Aghion y Howitt requiere de competencia genuina y acceso al conocimiento, algo que se ve truncado ante las guerras comerciales y tecnológicas que levantan muros entre científicos, empresas y países.
Lo que advierten los Nobel
El Comité Nobel fue claro al anunciar el premio: “El crecimiento económico no puede darse por sentado, si bloqueamos los mecanismos de la destrucción creativa, volveremos a la estagnación”.
Esa advertencia cobra sentido en un mundo donde los flujos de innovación están siendo fragmentados por rivalidades estratégicas. Cada arancel, control o veto tecnológico erosiona el principio que durante dos siglos sostuvo el crecimiento global: la cooperación en la competencia.
Para economías como México, atrapadas entre los dos bloques tecnológicos, la lección es clara: diversificar cadenas de valor, invertir en conocimiento y promover la competencia interna.
El nearshoring abre una oportunidad, pero también exige políticas industriales que garanticen acceso a tecnología, infraestructura digital y talento técnico, solo así podrá sostenerse la destrucción creativa que mantiene viva la innovación.














