Cada 29 de septiembre se conmemora el Día Internacional de Concienciación sobre la Pérdida y el Desperdicio de Alimentos, una iniciativa impulsada por la Organización de las Naciones Unidas (ONU) y la FAO con el fin de poner en la agenda global un tema que tiene consecuencias sociales, económicas y ambientales de gran magnitud.
El problema es de tal dimensión que, según datos de Naciones Unidas, 931 millones de toneladas de alimentos terminan desperdiciándose cada año en el mundo, lo que equivale aproximadamente al 17% de toda la producción global de alimentos destinada al consumo humano.
En paralelo, la FAO estima que cerca del 13% de la producción mundial se pierde en la etapa de la cadena de suministro —desde la postcosecha hasta la distribución—, mucho antes de llegar a los anaqueles de un supermercado o al plato de un consumidor.
Esto significa que millones de toneladas de frutas, verduras, carnes, lácteos y pescados no llegan a aprovecharse, a pesar del uso intensivo de recursos como agua, tierra, energía y mano de obra.
En un mundo donde más de 735 millones de personas padecen hambre (según el último informe sobre el Estado de la Seguridad Alimentaria y la Nutrición de la ONU), estas cifras ponen de manifiesto la urgencia de actuar.
El costo oculto de un sistema ineficiente
El desperdicio y la pérdida de alimentos no solo tienen un costo humano, sino también económico y ambiental.
El Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) calcula que las pérdidas representan un impacto económico de casi un billón de dólares anuales a nivel global.
Además, se estima que la comida que no se consume es responsable de hasta el 8% de las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI), lo que contribuye de manera directa al cambio climático.

En este contexto, la logística adquiere un rol protagónico. Procesos como el transporte, el almacenamiento, la distribución y, especialmente, la cadena de frío, determinan en gran medida si un alimento perecedero llega en condiciones óptimas al consumidor o si termina engrosando las cifras de desperdicio.
Por ejemplo, la International Institute of Refrigeration ha señalado que en países en desarrollo se pierde hasta un 23% de los alimentos perecederos debido a deficiencias en infraestructura de refrigeración y transporte, mientras que en naciones industrializadas las pérdidas ocurren en etapas más avanzadas de la cadena, generalmente en el retail o en los hogares.
La cadena de frío: eslabón crítico en la reducción de mermas
El manejo de la temperatura es uno de los factores más críticos en la preservación de alimentos frescos. Productos como frutas, vegetales, lácteos, carnes y pescados requieren condiciones controladas y estables durante todo el trayecto logístico.
Un solo fallo en el control térmico puede acelerar el deterioro y provocar que lotes enteros se descarten.
Estudios de la FAO estiman que más del 40% de las frutas y verduras producidas en América Latina y el Caribe se pierden antes de llegar al consumidor final, en gran parte por problemas asociados al transporte y almacenamiento inadecuado.
Por ello, la inversión en tecnologías de monitoreo en tiempo real, sensores IoT, transporte refrigerado de última generación y empaques inteligentes se ha convertido en una prioridad para las cadenas de suministro modernas.
Además, el desarrollo de soluciones de analítica avanzada e inteligencia artificial permite anticipar desviaciones de temperatura, optimizar la planeación de rutas y reducir el tiempo de tránsito, lo que a su vez disminuye el riesgo de merma.

No se trata únicamente de transportar alimentos, sino de hacerlo bajo condiciones que aseguren la inocuidad y alarguen su vida útil.
Colaboración y planeación en la cadena de suministro
Más allá de la infraestructura tecnológica, combatir la pérdida de alimentos requiere una colaboración estrecha entre productores, operadores logísticos, minoristas y autoridades.
La coordinación en la planeación de la demanda y la gestión de inventarios resulta fundamental para evitar excedentes o cuellos de botella que terminen en desperdicio.
En México, por ejemplo, la Secretaría de Agricultura ha estimado que se desperdician más de 20 millones de toneladas de alimentos al año, lo que representa cerca del 35% de la producción nacional.
Gran parte de estas mermas se deben a deficiencias en la planeación logística, la falta de transporte adecuado y la escasa infraestructura de almacenamiento.
Iniciativas como el Banco de Alimentos de México (BAMX) trabajan en recuperar productos que, de otro modo, serían descartados, y redirigirlos a comunidades vulnerables.
La logística inversa, enfocada en redistribuir o donar alimentos próximos a su vencimiento, es otra estrategia cada vez más relevante.
Logística sustentable: un factor de competitividad y responsabilidad social
El reto de reducir la pérdida y el desperdicio de alimentos se alinea directamente con los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), en particular el ODS 12, enfocado en promover un consumo y producción responsables.
La logística eficiente y sustentable no solo reduce costos para las empresas, sino que también contribuye a disminuir la huella ambiental y a mejorar la seguridad alimentaria.
Las compañías que invierten en cadenas de frío resilientes, monitoreo digital y modelos colaborativos no solo están respondiendo a una necesidad operativa, sino también a una exigencia social.
En un mercado donde los consumidores valoran cada vez más la transparencia y la sostenibilidad, garantizar la reducción de desperdicios puede convertirse en un diferenciador competitivo clave.

El Día Internacional de Concienciación sobre la Pérdida y el Desperdicio de Alimentos nos recuerda que detrás de cada alimento que no llega a aprovecharse hay recursos naturales desperdiciados, impactos ambientales y oportunidades perdidas de alimentar a quienes más lo necesitan.
La logística, y en particular la cadena de frío, tienen la capacidad de transformar este escenario mediante innovación, planeación y colaboración.
Reducir las pérdidas no es solo un reto técnico: es también un compromiso ético y estratégico para construir cadenas de suministro más resilientes, eficientes y sostenibles.